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Contenido de los Archivos Parroquiales

 


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Cuando me adentré por vez primera en el estudio de los Archivos Parroquiales, tengo que reconocer que me asaltaron miles de dudas en cuanto a su contenido, organización, composición, fuentes, etc. Era un perfecto ignorante en la materia (así como en la Genealogía) y sin duda perdí bastante tiempo para encontrar tantas respuestas.  

Algún tiempo después di con un libro, el Censo-Guía, del Archivo Diocesano escrito por D. Matías Vicario, el archivero, que además de recopilar todos los volúmenes existentes en la Diócesis de Burgos contiene una estupenda introducción que nos revela la historia y composición de estos libros. ¡Ojalá la hubiese encontrado antes! 

A continuación recojo en parte los comentarios explicativos que figuran en el libro de D. Matías Vicario, reproduciendo con su permiso el texto original en gran parte de este apartado. Esta obra explica el objetivo del Archivo, aporta datos históricos sobre la formación de los Libros Parroquiales, comenta e informa sobre su contenido y por fin, enumera uno a uno cada volumen conservado en el Archivo Diocesano o en sus respectivas parroquias.
 

Introducción 
 Con el fin de conservar, catalogar y poner, por otra parte, a disposición de los estudiosos el riquísimo patrimonio documental de la Iglesia y que se guarda en los archivos eclesiásticos, la Sagrada Congregación del Clero envió con fecha de 11 de abril de 1971, una carta circular a todos los Presidentes de las Conferencias Episcopales. En ella se advertía a los Sres. Obispos que, aunque estuvieran agobiados con muchos problemas, debían preocuparse seriamente de dicho patrimonio.  

 Haciéndose eco de esta circular, así como de los acuerdos tomados por la Conferencia Episcopal Española, en sesión plenaria, el 5 de junio de 1973, y del Reglamento de los Archivos Eclesiásticos Españoles, recomendando la transferencia de los archivos parroquiales de una antigüedad superior a cien años aproximadamente a un archivo histórico diocesano, el Sr. Arzobispo de Burgos, D. Segundo García de Sierra y Méndez, daba un decreto, publicado en el Boletín Oficial del Arzobispado de diciembre de 1975, en el que se urgía a los sacerdotes encargados de parroquias, la necesidad de transferir estos archivos parroquiales al Archivo General Diocesano.  

 Aconsejaban esta medida la situación precaria en que se encuentran muchos de estos archivos parroquiales, donde faltan espacios adecuados y las condiciones mínimas de conservación; la situación crítica de muchas pequeñas parroquias, donde falta habitualmente el sacerdote; el peligro de robo, desaparición o venta; la necesidad de conservar esta documentación como testimonio del paso de la Iglesia por el tiempo, y de su valor eclesial e histórico; la necesidad de ofrecer a la investigación histórica este material que puede ser necesario para el conocimiento de la historia de la Iglesia, de la diócesis, de las mismas comunidades locales, e incluso la historia civil y la urgencia de que tal documentación fuera conocida y catalogada.  

 De esta manera se creaba en el Archivo Diocesano de Burgos la sección de Archivos Parroquiales.  

 Desde aquella fecha, sin prisas, para hacer más fácil la ordenación y catalogación, pero de una manera continuada, se ha ido concentrando esta rica documentación, compuesta por más de 20.000 libros sacramentales, de fábrica, cofradías, matrícula, tazmías, apeos, obras pías, fundaciones, memorias, arca de misericordia, etc. y que constituyen un importante depósito y, a la vez, centro de investigación.  
  

Breves datos sobre la formación de los libros parroquiales.  
 Con harta frecuencia se ha acusado a la Iglesia de abandono en relación con su patrimonio artístico, bibliográfico y documental. Concretándonos al campo de los archivos eclesiásticos se puede constatar que no siempre estos se encuentran en óptimas condiciones y conservados en su integridad, pero es debido, no tanto a la falta de interés de obispos y sacerdotes, como por carencia de medios materiales unas veces, por los elementos naturales de destrucción otras, y limitándose a la diócesis de Burgos, he podido comprobar que la mayor catástrofe, no sólo para el patrimonio artístico, sino también para nuestros archivos, la constituyó la Guerra de la Independencia durante la cual, las tropas francesas, no contentas con llevarse vasos sagrados, alhajas y otras obras de arte, destruyeron parte de nuestros archivos. Así mismo, en nuestra última guerra civil, 17 archivos de la zona norte de la diócesis desaparecieron en incendios. También se nota en muchos pueblos un bache a partir de 1851 hasta 1858 en los libros sacramentales y de matrícula fundamentalmente debido al Real Decreto del 8 de agosto de este año de 1851 por el que se manda el empleo de las partidas sacramentales de papel sellado del Estado en lugar de los libros en uso.  

 A lo largo de la historia podemos recoger documentos que reflejan la preocupación de los obispos burgaleses por la conservación de este patrimonio: Constituciones del obispo D. Gonzalo (1382-1393), primer y segundo sínodo celebrados por Juan Cabeza de Vaca (1406-1413), D. Alonso de Cartagena (1435-1456), D. Luis de Acuña (1456-1496), el cardenal Francisco de Mendoza (1550-1566)…Así llegamos al Concilio de Trento, y una norma que se iba generalizando en nuestra diócesis, se hace obligatoria para toda la Iglesia en la sesión XXIV del citado concilio.  

 Después de Trento, los testimonios de la preocupación de los obispos burgaleses por los archivos eclesiásticos va en aumento.  

 El cardenal Pacheco (1567-1579), en las Constituciones Sinodales publicadas en 1575, vuelve a insistir en la necesidad de que exista un libro encuadernado en pergamino en el que se asienten los nombres de los bautizados, así como el día, mes y año de la celebración del bautismo, nombres y apellidos de los padres. Y manda a los curas "que tengan a buen recaudo dicho libro, de manera que nadie lo pueda hurtar, ni quitar asiento de él, y que no asienten por cuenta de guarismos, ni castellana el dicho día, ni mes ni año, sino por letras, de manera que las partes estén sin abreviaturas".  

D. Pedro de la Cuadra y Achiaga (1744-1750), al constatar en su primera visita pastoral que no existía en la mayoría de las parroquias el libro de Matrícula prescrito por las sinodales diocesanas, publica un Edicto el 24 de enero de 1747 por el que insta a todos los sacerdotes con cura de almas "en virtud de santa obediencia y pena de 20 ducados" compren y formen el libro de Matrícula en el que se asienten las personas de uno y otro sexo que hubiere en sus respectivas feligresías y estén obligadas al precepto de confesión y comunión, mayores de siete años con expresión de cada casa y familia, así como emigrantes y ausentes, y su estado. También manda que se saque padrón anualmente de todos los bautismos, matrimonios y defunciones habidas en sus respectivas parroquias y lo envíen a su Provisor o Vicario General.  

 Cuando, por desgracia, mucha documentación de los archivos parroquiales, especialmente de aquellas parroquias inmediatas a los caminos rurales, por donde más frecuentemente transitaban los ejércitos invasores franceses durante la Guerra de la Independencia, fue destruida a manos de éstos, el arzobispo Manuel Cid y Monrroy (1802-1822) decretó que los sacerdotes de aquella parroquias afectadas, procurasen, a la mayor brevedad posible y por los medios más asequibles, formar nuevamente toda clase de cláusulas sacramentales sirviéndose de informes de personas de probidad e inteligencia, que pudieran aportar toda clase de datos.  

 Aunque los archivos parroquiales surgen oficialmente de las disposiciones tridentinas, vemos como ya, casi dos siglos antes, se dan los primeros pasos en lo que, en el correr de los tiempos, serían estos archivos. Si bien, como ya he apuntado anteriormente no conservamos documentación de esta primera fase, en cambio, nos encontramos con libros de Fábrica desde 1453, y no son tan raros los libros sacramentales de principios del siglo XVI. Por ello, podemos concluir que las normas obligatorias, dadas a este respecto por el Concilio de Trento a la Iglesia universal y publicadas en España por decreto de Felipe II el 12 de julio de 1564, eran práctica casi común en nuestras parroquias, por lo que no fue problema su aplicación en la diócesis de Burgos.  
  

Contenido de los libros parroquiales.  
 A nadie se le oculta el interés histórico, religioso y civil que contienen los libros parroquiales. No se podrán dar pasos definitivos en el campo de la Historia Eclesiástica, y aún Civil, sin conocer previamente esta documentación, decía el Cardenal Marcelo González en el discurso de apertura del II Congreso Nacional de Archiveros Eclesiásticos celebrado en Toledo en septiembre de 1975.  

 Los libros de BAUTIZADOS son imprescindibles para el conocimiento de la demografía histórica, ya que la estadística oficial en España no empieza hasta el 3 de noviembre de 1856.  

 A lo largo de los años se nota una evolución en el asentamiento de las partidas bautismales, más sencillas en los comienzos, van completándose y dándonos más datos en el correr del tiempo. En las primeras apenas si encontramos el nombre del cura párroco que efectuaba el bautizo, la fecha completa del bautizo, no así la del nacimiento, aunque esta circunstancia no sea un inconveniente grave debido a que se solía administrar el bautismo el mismo día del nacimiento, o en los primeros días; hallamos el nombre de los padres, a veces el padrino, y, por supuesto, consta también el nombre del pueblo, mientras que en las actuales nos dan la fecha completa, incluso a veces la hora del nacimiento, su legitimidad, santo abogado bajo cuyo patrocinio se encomienda, abuelos paternos y maternos, naturaleza y vecindad de los mismos, padrinos, testigos.  

 A través de ellos, ya que bautizado venía a equivaler a nacido, podemos aproximarnos al conocimiento del índice de natalidad, natalidad legítima, composición de las familias, tendencias de crecimiento o disminución de nacimientos ligadas al nivel material de vida, higiene, salubridad, cosechas, fecundidad de los matrimonios, árboles genealógicos, e incluso alfabetización, ya que suelen firmar los padrinos y testigos, y en caso de no saber, se hace la aclaración correspondiente.  

 Los libros de CASADOS, fundamentalmente los actuales, nos dan la fecha de la celebración del matrimonio, nombre estado, edad, naturaleza de los contrayentes, así como el nombre, procedencia de sus padres y su consentimiento a la celebración del matrimonio, el nombre de los padrinos y testigos, el cumplimiento de los requisitos pedidos por el Concilio de Trento, y el grado de parentesco de los novios, con su correspondiente dispensa, en caso de que lo hubiere.  

 Estos libros nos dan a conocer la nupcialidad, edad y origen de los contrayentes, emigración, es decir, si se casan los del pueblo entre sí, o en otro lugar, duración de los intervalos intergenésicos, celibato masculino y femenino, duración de los matrimonios.  

 También en los libros de DIFUNTOS se nota mucho la evolución en el asentamiento de las partidas. De la sencillez de las primeras en que sólo consta la fecha del fallecimiento, nombre de la persona fallecida y si dejó alguna fundación piadosa en favor de su alma, pasamos a las actuales, mucho más completas en las que consta el lugar de sepultura, padres, cónyuge e hijos, en su caso, causa de fallecimiento, si hizo testamento con cláusulas a favor de la Iglesia, si recibió los últimos sacramentos en su postrera enfermedad.  

 Por ellos podemos saber el índice de mortalidad, mortalidad infantil, causas de esta mortalidad como puede ser enfermedades, epidemias, catástrofes naturales, malas cosechas, salubridad.  

 Los de MATRICULA o STATUS ANIMARUM contienen la relación de los obligados al cumplimiento pascual. Posteriormente y a partir del formulario mandado guardar por el cardenal Fernando de la Puente el 15 de noviembre de 1859, los sacerdotes responsables de las parroquias anotarán todos los habitantes de las mismas, así como su edad, estado, profesión y calle donde habitan, y su recepción del sacramento de confirmación y comunión. A través de ellos podemos conocer, en alguna medida, la religiosidad, al menos externa, de nuestros pueblos, podemos saber, entre otros datos, el número de habitantes, el nombre de las calles, las profesiones de una determinada parroquia en un periodo concreto.  

 Además de estos cuatro Libros podemos encontrar datos en los de FABRICA o CARTA CUENTA (gastos de culto, de conservación, de construcción, acreditamiento del patrimonio artístico y cultural, ingresos proporcionados por rentas, diezmos o donativos…), en los de PARROQUIANOS (originales y únicos de Burgos; en estos Libros se inscriben los feligreses que voluntariamente querían formar parte de la feligresía de una determinada parroquia desde el s. XVI hasta finales del s. XVIII), en los de COFRADIAS (que contienen las reglas o estatutos, relación de hermanos, bienes…), en los de ERMITAS, ARCAS DE MISERICORDIA, TAZMIAS, ANIVERSARIOS, FUNDACIONES, MEMORIAS, OBRAS PIAS, APEOS.  

De esta manera y una vez asimilado el contenido de este Censo-Guía y la organización de los Archivos Parroquiales podía continuar mi investigación de una manera más ordenada y con mayor comprensión de los datos encontrados. El volumen en mi poder tiene fecha de 1988 y lamenté los pocos medios que disponen en el Archivo Diocesano puesto que con la ayuda de la informática las actualizaciones del censo e incluso las consultas, serían mucho más fáciles y eficaces. Por otra parte, el hecho de no restringir el acceso a estas obras allí conservadas, si bien obliga a agradecer su disposición al público a la organización eclesiástica por permitir que cualquier estudioso tenga a su alcance información tan valiosa, también supone un riesgo para su conservación. En efecto, he podido observar en la biblioteca como algún energúmeno trata estas reliquias: apoyando los codos en el volumen consultado o pasando descuidadamente las páginas, a toda velocidad, como si estuviese localizando la página de los cines en el periódico. Si el contenido de los Libros estuviese informatizado o microfilmado, todos los estudiosos seguirían teniendo acceso a esta información y ningún vándalo pondría en peligro la integridad de tan preciosas obras. Pero claro, tal tarea es costosísima y es batalla que otros vienen librando… 

 

He encontrado en Internet una página en dónde se recoge el contenido de este trabajo. En efecto, la continuación de este Censo-Guía del Archivo Diocesano es la enumeración de los archivos de todos los pueblos de la provincia de Burgos y la descripción de su ubicación, es decir si se encuentran en la parroquia original, si han sido transferidos al archivo diocesano o si han desaparecido. Censo-Guía


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